Bronco y Liguero. LA FIGURA DE PEPE CLARAMUNT
"Bronco y Liguero" es un llibre del autor José Ricardo March que parla de les lligues guanyades per el Valencia. El llibre esta compost a base de articles curts i comta ab la col.laboració de diversos valencianistes que li donen un toc personal a les vivències de eixos moments. Es molt emotiu i de obligada lectura per a qualsevol valencianiste.
Tame hian relats dels millors jugadors de la historia del Valencia. Açi vos deixe el que dediquen a Pepe Claramunt.
LA FIGURA DE PEPE
CLARAMUNT
Siempre creí a pie
juntillas a mi padre. Por eso, cuando repetía que el mejor futbolista que había
visto en acción era Pepe Claramunt (Puçol, 1946), yo asentía e imaginaba la
plasticidad de sus movimientos, la rapidez de sus desmarques, su innegable
olfato de gol. Incluso, presa de una imaginación desbordante, lo veía enfundado
en su camiseta dando lecciones de técnica en los estadios que componían la geografía
cotidiana del Valencia.
Claramunt encarnó durante muchos años las
esperanzas e ilusiones del seguidor valencianista medio, anclado a su asiento
de Mestalla o encaramado a la general de pie como el vigía que nunca logra
divisar tierra firme. Claramunt estaba en todas partes : allá abajo, en el césped,
pegado a la raya de cal derecha y al ordinal “I”, toda vez que el benjamín de
la saga, Enrique (“II”), jugaba unos
metros más adelante; en la televisión, enfundado en la camiseta de la selección
española, emparejado con Bobby Charlton,
con Beckenbauer, con Cruyff o Gianni Rivera. Incluso en el lugar de honor del bar Los Checas,
abrazado a los hijos de la familia que regentaba el tugurio.
A Pepe, que llego al Valencia en el crepúsculo
de la década de las flores y el amor, la generación de los 70 le debe tanto
como sus padres y abuelos a la delantera eléctrica. Precisamente fue uno de los
integrantes de ese quinteto de artistas, Mundo,
quien aposto fuerte por el chaval en la pequeña Copa del Mundo. A la vuelta de
Caracas Claramunt ya era, como Sol,
titular indiscutible, una pieza fundamental en el dibujo del equipo que ganaría,
un año más tarde, la Copa. Pepe comienza a jugarlo todo: además de la del 67,
otras tres finales de Copa, esta vez sin suerte. La Recopa, la Copa de Europa,
la UEFA. Y más de 400 partidos con el Valencia en los que marca 90 goles.
Pasan los años y el equipo atraviesa una
preocupante época de vacas flacas. El Madrid le tienta pero él dice no a abandonar
Puçol y su gente. Sigue siendo el cerebro del Valencia, alterna con Planelles, Rep, Keita y da la
alternativa a un muchacho llamado Enrique
Saura. Hasta que un par de lesiones traicioneras, unas persistentes
molestias en la ciática y la política de campanillas y fichajes millonarios de Ramos Costa lo encadenan al banco con
solo 31 años. Se resiste a retirarse, pero es Manolo Mestre quien le da la estocada tras un partido copero contra
el Tenerife. Claramunt se marcha por la puerta falsa, sin homenaje –lo recibirá, descafeinado, en 2001--.
Hasta 2003 se entretiene trabajando en una
escuela de futbol y ejerciendo como comentarista deportivo. Es entonces cuando,
tras años de ceguera, el Valencia lo incorpora a su organigrama técnico.
Clamorosamente desaprovechado en el club, Claramunt se acostumbra a almorzar
parsimoniosamente en el bar del Papi
y a sortear los persistentes rumores de despido. Entretanto, otro muchacho
rubio y talentoso conduce al Valencia a los éxitos, casi como la reencarnación del
ídolo de la generación de los 70. Su nombre es Rubén Baraja.