Un Club En Apuros, Una Convivencia Necesaria
Ya sabem de la autodestrucció de l'afició valencianista cuant les coses van mal, per aixó fiquem açi un gran articul d'un gran periodista i valencianista com es Paco Lloret i que eix publicat al diari Las Provincias que com sempre aporta cordura que sense dubte falta fa.
UN CLUB EN APUROS, UNA CONVIVENCIA NECESARIA
La insatisfacción se instaló en Mestalla alentada por voces discrepantes que encontraron los altavoces adecuados y la complicidad de un sector de la afición.
UN CLUB EN APUROS, UNA CONVIVENCIA NECESARIA
La insatisfacción se instaló en Mestalla alentada por voces discrepantes que encontraron los altavoces adecuados y la complicidad de un sector de la afición.
No es la primera vez que
el Valencia CF ha encajado siete goles. Afortunadamente, tampoco son muchas, y
la mayoría de esos varapalos y de otros de guarismos todavía mayores
corresponden a una época pródiga en marcadores abultados, a favor y en contra,
décadas de un fútbol añejo que ya no existe. En tiempos modernos existe un
precedente que generó un cataclismo de enormes proporciones. No hace falta
extenderse en consideraciones sobre lo acontecido en Karlsruhe hace 23 años,
pero sí conviene detenerse en un hecho sustancial: la capacidad autodestructiva
del Valencia. El gusto por el acoso y derribo, la tradición derrocadora y el
afán conspiratorio. No es de ahora, la costumbre viene de lejos.
Aquel Valencia que cayó
con estrépito en Alemania en una noche de infausto recuerdo, era, en aquel
momento, el líder de la primera división por delante del Barça de Laudrup,
Romario y Koeman. Su plantilla era de una calidad más que contrastada y
destacaba una nómina de jugadores con sobrado talento en todas las líneas. Si
se repasa la lista de delanteros se comprueba el nivel de aquella plantilla:
Mijatovic, Penev, Pizzi, Álvaro, Gálvez y el refuerzo de centrocampistas
goleadores como Fernando, Roberto y Arroyo. Pero aquella campaña ya arrancó con
nubes de tormenta desde verano. La insatisfacción se instaló en Mestalla
alentada por voces discrepantes que encontraron los altavoces adecuados y la
complicidad de un sector de la afición. Las trincheras enrarecieron el ambiente
y alentaron un constante enfrentamiento intestino. Así se entró en barrena y se
desencadenó una crisis de proporciones descomunales. Era la campaña del 75
aniversario que se celebró con 5 entrenadores y tres presidentes. El Valencia
terminó por quedarse fuera de Europa.
La gestión de Arturo
Tuzón fue súbitamente olvidada. Casi todo el mundo miró hacia otro lado y se
apuntó a la novedad que representaba la llegada de Paco Roig con sus promesas y
un discurso arrebatador. Se quemó la falla de un pasado basado en la prudencia
y en la sensatez y se plantó una nueva muy vistosa y llamativa con la que se
buscaba protagonismo desesperadamente y la gloria de forma inmediata, por el
camino más rápido. Como siempre surgieron las inevitables y absurdas comparaciones
con otras entidades, una premisa recurrente y falaz, como si se olvidara la
única verdad esencial: la grandeza del Valencia reside en sí mismo y no precisa
de medirla con nadie. El afán de notoriedad a cualquier precio siempre ha sido
contraproducente. Todos los proyectos megalómanos fracasaron y nunca triunfaron
a las primeras de cambio.
El valencianismo debe cerrar filas
porque se puede causar un perjuicio irreparable
A José Ramos Costa el
sueño de levantar un trofeo le costó tres años de interminable espera pese a
contar con Mario Kempes, el mejor futbolista del mundo. Eso sí, reposado el
ánimo y serenado el entorno gracias a gentes de la casa como Pasieguito y Mestre,
se conquistaron tres trofeos de forma consecutiva. Pero el listón de las
expectativas elevadas provocó protestas cuando surgía la más mínima
contrariedad y terminaron por forzar una dimisión repleta de amargura. A Roig
le pasó algo parecido, salvando distancias, cuando dejó la presidencia, el club
se estabilizó como por arte de magia y vivió su lustro más glorioso. Se
deberían extraer las conclusiones oportunas, pero para ello hay que conocer
bien la historia de una entidad tan peculiar como la de Mestalla.
La compleja realidad
actual del Valencia precisa en estos momentos de un pacto de convivencia para
salvar los muebles hasta final de temporada. Quienes sufrimos el descenso del
86 sabemos muy bien de lo que hablamos. No es el momento de lanzarse al cuello
de nadie. El interés general demanda un acto de generosidad. El valencianismo
debe cerrar filas porque se puede causar un perjuicio irreparable. Hay cariños
que matan. No es ninguna broma. Al mismo tiempo, el valencianismo debe
replantearse muy seriamente algunas cuestiones y establecer un pacto de
convivencia de cara al futuro desde el diálogo y el respeto. En los últimos
tiempos han sobrado las intimidaciones y las campañas organizadas de
desprestigio. El centenario de la entidad está a la vuelta de la esquina y, por
sentido común y apego a las raíces, por respeto a la memoria de tantos hombres
insignes que engrandecieron al Valencia, no se puede entrar en una vorágine
cainita.
Esto no significa dar
por bueno todo y mirar hacia otro lado ante determinadas actuaciones, todavía
quedan algunos aspectos por aclarar del rumbo reciente que condujo a la entidad
a vender el paquete mayoritario de sus acciones. Con independencia de quién
ocupara el poder y gobernara el club en los últimos años se han desoído a personas
que intentaron proponer alternativas coherentes y quisieron aportar modelos de
funcionamiento basados en el idealismo. Por supuesto, se les tildó de ilusos y
fueron ignorados. Tampoco se prestó atención a quienes en un ejercicio de
coherencia advirtieron en tiempo y forma de graves deficiencias que iban a
afectar gravemente al Valencia en el futuro. Se quedaron con la razón y la
indiferencia del entorno. Al menos, ahora tienen la conciencia tranquila y el
corazón encogido.
Paco Lloret
Paco Lloret